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El arte de casarse: una boda curada como una exposición contemporánea
Por: Team Bridetique
La boda Ana Paula y Juan se convirtió en una obra de arte: diseño escenográfico y emoción estética para novios que buscan originalidad.
Cuando una pareja comparte una pasión por el arte y la moda, todo adquiere otra dimensión. Lo que para algunos es solo una celebración, para ellos se transforma en una experiencia sensorial: un reflejo íntimo de su visión del mundo. Así fue la boda de Ana Paula y Juan, una celebración tan audaz como inolvidable.

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En manos del arquitecto y event planner Rodrigo Mora, esa conexión estética se convirtió en un lenguaje capaz de narrar emociones a través de la materia, la luz y el color. En un panorama donde muchas bodas siguen fórmulas repetidas, este proyecto destacó por su autenticidad: una propuesta que tradujo la esencia de los novios en una atmósfera vibrante, casi escultórica, que respiraba su historia.
Más que un evento, la boda de Ana Paula y Juan fue una exposición efímera, un espacio donde el arte y la moda se entrelazaron para contar una historia de amor contemporánea y profundamente personal. ¿La inspiración? La monumentalidad de Anish Kapoor, la irreverencia lúdica de Jacquemus y la teatralidad sensual de Christie Jean Claude. De esa fusión surgió una estética poderosa, definida por la geometría, la textura y el movimiento.

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Una visión fuera del molde
Desde el inicio, Rodrigo Mora concibió este proyecto como un acto de valentía creativa. Exploró más de diez tonalidades hasta encontrar el rojo perfecto: poderoso, elegante y dramático. Ese color se convirtió en el hilo conductor del evento, impregnando cada detalle con una energía vibrante que oscilaba entre la pasión y la sofisticación.
El resultado fue un diseño que evocaba tanto el dramatismo de una pasarela couture como la monumentalidad de una obra escultórica. La boda no se “decoró”: se curó. Cada elemento fue seleccionado con intención, bajo una mirada artística que buscaba provocar emociones más que impresiones.
Cuando la moda dialoga con el arte
Bajo esa inspiración, cada rincón se convirtió en un espacio de descubrimiento. Los muros se vistieron con telas ondulantes que jugaban con la luz, mientras un círculo plateado de aire escultórico dominaba la escena como una pieza de museo. La pista de baile fue pensada como un escenario performático: un espacio donde la emoción se transformaba en arte vivo.

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El arte floral como escultura
El diseño floral fue otro de los lenguajes protagonistas. Mora eligió una paleta vibrante de anémonas, ranúnculos, calas y anturios en diferentes matices de rojo, dispuestos en jarrones de acero diseñados especialmente para la ocasión. El contraste entre lo industrial y lo orgánico generó una tensión visual tan poderosa como sofisticada.

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Diseño espacial: geometría, textura y emoción
El mobiliario formó parte del relato con mesas y pedestales en tonos rojos y formas geométricas que sirvieron de base para crear composiciones escultóricas que daban carácter arquitectónico al entorno. La disposición del espacio no buscaba simetría, sino fluidez: una coreografía visual que guiaba a los invitados a través de distintos momentos de descubrimiento.
Las luces cálidas acentuaban las sombras y reflejos, generando una atmósfera envolvente que invitaba a quedarse, a observar y a sentir.
Y así fue. Los invitados no asistieron simplemente a una boda, sino a una experiencia inmersiva, una celebración donde el amor se expresó a través del diseño, la luz y la emoción.

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